LA FERIA DE LA NARANJA EN MELEGÍS.

 Sábado, 9 de Abril 2022

El  paraíso en el Valle de Lecrín en Granada.

Hoy tomé la mejor decisión al elegir tomar rumbo en dirección del Valle de Lecrín concretamente a Melegis dónde se celebraba hoy la Feria de La Naranja 🍊🍊🍊🍊

Resultó ser un día fantástico paseando entre tantos naranjos, con un día de sol estupendo, viéndo la hermosa panorámica de Sierra Nevada y la Alpujarra con un brillante manto de blanco puro, embriagándonos con el aroma de azahar.



 


















































Melegís era el úl-
timo pueblo
que me queda-
ba por visitar
del municipio
del Valle y des-
cubrí un lugar lleno de magia y en-
canto. En el siglo XV fue residen-
cia de la corte nazarí durante un
corto período de tiempo, siendo
así la capital del Reino de Grana-
da. Fue reconquistado junto con
el resto de pueblos de El Valle por
el Marqués de Villena y después
de la expulsión de los moriscos re-
poblado durante los siglos XVI y
XVII por gallegos y castellanos. Su
iglesia, dedicada a San Juan Evan-
gelista, declarada Monumento Na-
cional, es de estilo mudéjar y re-
nacentista y fue construida entre
1562 y 1567 por Bartolomé Ville-
gas. En 1568 fue quemado el arte-
sonado, siendo reconstruido en
1599, y en el S. XVIII se le adicio-
nó un retablo de estilo barroco.
Conserva una talla de la Inmacu-
lada de la escuela de Alonso Cano
y la imagen de un Crucificado de
Perú. 




 En la puerta de esta iglesia
podemos observar un olmo con
más de quinientos años de exis-
tencia en torno al cual gira en par-
te la historia que les voy a contar.
Porque según cuenta la leyen-
da, cuando se terminó de cons-
truir la iglesia San Juan Evangelis-
ta, existía un sacristán llamado
Mateo que era gran aficionado a
los naipes. Jugador empedernido,
de obscena moral y peor cumpli-
dor, se jugaba el dinero, la hacien-
da y hasta el nombre si hacía fal-
ta. Solía volver a su casa al amane-
cer, sin blanca y a veces debiendo
hasta el aire que respiraba. Mateo
era un mozuelo viejo al que los pa-
dres, ya fallecidos, le habían deja-
do una pequeña hacienda que la-
brar, pero él prefería jugar a los nai-
pes antes que doblar el espinazo y
ganarse el pan con el sudor de su
frente.
Una noche de luna negra, invi-
tado por un amigo de juerga, se en-
contraba Mateo en un cortijo cer-
cano a la villa, donde se había pre-
parado una tentadora partida con
varios jugadores conocidos y otro
que al parecer estaba de paso con
destino a Granada y al cual que-
rían desplumar. La partida comen-
zó y los naipes bailaron su pecu-
liar danza entre los dedos de los
expertos jugadores. Las miradas
se cruzaban, los dedos tamborilea-
ban y el dinero cambiaba de due-
ño continuamente. Así transcu-
rrió la noche y ya cerca del ama-
necer, la partida estaba señalada:
el caballero de oscuro ropaje ha-
bía dejado sin recursos moneta-
rios a casi todos los de la partida
menos a Mateo, que se había man-
tenido a trancas y barrancas, aguan-
tando cual mástil de jabeque las
acometidas del forastero. Y así lle-
garon a la última mano, en la que
solo quedaba el forastero y Mateo.
En esta ocasión la diosa fortuna
parecía estar del lado de Mateo,
pues sus cartas eran inmejorables,
por lo que hizo un envite con todo
lo que tenía puesto sobre la mesa.
–Me lo juego todo, dijo Mateo.
–Si esa es toda tu fortuna, poco
tienes para poder ganarme. Te su-
giero que pidas un crédito a tus
amigos, le contestó su oponente.
Los amigos de Mateo se mira-
ron los unos a los otros y con las
palmas hacía arriba indicaron que
estaban más tiesos que la mojama.
Mateo volvió a mirar las cartas y
decidió arriesgarse. Sacó una bol-
sa de su faltriquera y le dijo al fo-
rastero.
–También esta bolsa.
Mateo pensó que con aquella
jugada iba a reponer la recauda-
ción del cepillo de la iglesia, que
era lo que se estaba jugando.
El forastero lo miró complaci-
do y aceptó la apuesta.
–Veo que no tienes escrúpulos
a la hora de apostar. Así me gustan
los hombres, sin escrúpulos.
Las cartas se pusieron boca arri-
ba dejando al sacristán sin sangre
en las venas al observar las cartas
de su contrincante, superiores a
las suyas. El forastero recogió todo
el dinero de la mesa y con una son-
risa diabólica le preguntó a Mateo.
–¿Cómo vas a explicar mañana
a tu párroco lo del dinero del cepi-
llo?
Mateo no supo qué responder.
Se quedó sin habla. ¿Cómo sabía
aquel forastero la procedencia del
dinero que había en la bolsa? Algo
extraño estaba ocurriendo.
Ya en la puerta, antes de despe-
dirse, el forastero llamó a Mateo
y le hizo una proposición.
–Sé que te has quedado sin blan-
ca y que tu situación va a ser deli-
cada si se entera el párroco de lo
que has hecho. Te propongo un
trato para recuperar lo perdido y
mucho más.
–¿Y cuál es ese trato?, pregun-
tó Mateo.
–Ya que no tienes principios y
hurtar a la iglesia no te importa,
te pido que hagas una cosa en el
altar mayor de la iglesia...
–¿Qué cosa tengo que hacer?
–En su momento lo sabrás.
Mateo pensó que de todas for-
mas ya había condenado su alma
al robar el cepillo y que un peca-
do más no iba a cambiar las cosas,
así que aceptó a cambio de una
buena suma de oro que el foraste-
ro le daría si cumplía lo pactado.
Solo había una condición que de-
bía cumplirse antes de la misa del
domingo. Mateo quiso saber con
quién estaba tratando y el desco-
nocido le respondió:
–Soy el señor de las moscas, rico
comerciante de otras tierras que
negocia con gente como tú. Si no
te parece bien el trato, puedes re-
chazarlo, pero el asunto del cepi-
llo puede llevarte a la cárcel.
La suerte estaba echada. Mateo
no podía echarse atrás, así que acep-
tó el trato del personaje siniestro,
quedando con él el sábado por la
noche en la puerta de la iglesia para
recoger un objeto satánico que le
ayudaría a su fin, pero Mateo le
exigió un adelanto para reponer
el dinero sustraído del cepillo de
la iglesia.
–Cuando cumplas lo acordado,
le respondió.
Todavía faltaban algunos días
para el domingo cuando el párro-
co le preguntó a Mateo por la re-
caudación de la iglesia y de su boca
salió una pobre excusa que alertó
al cura, quien le amenazó con ir a
las autoridades si no aparecía el di-
nero. Asustado, Mateo aprovechó
un descuido del sacerdote para
asestarle un fuerte golpe en la ca-
beza con uno de los candelabros
del altar, causándole la muerte.
Acto seguido, escondió el cuerpo
en la sacristía, donde solo podía
entrar él y así, cuando todo se es-
clareciera, él estaría muy lejos con
la fortuna que cobraría del comer-
ciante.
Cuando llego la hora acordada
e iba de camino a la iglesia, pasó
por el lavadero y vio a una ancia-
na de pelo blanco que estaba la-
vando una sabana negra.
–Mateo no deberías ir a la cita y
sí ayudarme a lavar esta sabana,
que es tu conciencia.
Mateo la miró con desdén.
¿Quién crees que soy, vieja, un la-
vandero?, le reprochóMateo, quien
siguió caminando. Poco después
vio a un hombre de sombrero os-
curo que llevaba una bestia carga-
da con dos serones.
–Mateo, ayúdame con estas car-
gas... pues son tus pecados.
–¿Quién crees que soy un mozo
de cuadras?, le respondió Mateo,
mientras seguía su camino hacia
la iglesia.
Una vez en ella, esperó en la
puerta hasta que apareció el rico
comerciante con el objeto sacríle-
go entre sus ropajes negros.
–¿Estás listo para cumplir lo pac-
tado?
–Aquí estoy... ¿y la paga?
–Cuando cumplas mañana.
Instantes después el comercian-
te le entregó el objeto envuelto en
un paño de seda negro.
–Mañana nos veremos en este
mismo lugar a medianoche y te
pagaré una fortuna si haces bien
tu trabajo.
Al día siguiente, cuando estaba
amaneciendo, Mateo quiso abrir
las puertas de la Iglesia con sus lla-
ves, pero ninguna cerradura cedió.
Intentó entrar por la parte del ce-
menterio pero tampoco lo consi-
guió. Volvió a la puerta principal
para forzar la cerradura, pero las
puertas no se movieron, por lo que
Mateo no pudo cumplir lo pacta-
do. La misa no se celebró porque
el cura no apareció y las puertas
permanecieron cerradas como si
una fuerza superior impidiera abrir-
las. Ya de noche, Mateo intentó
explicar lo ocurrido al siniestro
personaje.
–Has fracasado y no has cum-
plido el trato, así que pagarás por
ello...
Con un movimiento rápido de
la capa negra envolvió en ella a
Mateo, cuyos gritos de pánico na-
die oyó. Y cuando el siniestro per-
sonaje se retiró dejó en su lugar
un pequeño olmo de delgado tron-
có y una frase en el aire:
–¡Hasta que no logres derribar
el altar, ahí te quedarás atrapado,
en el tronco del árbol!
Dicen los ancianos del lugar
que han tenido que reparar en di-
versas ocasiones el suelo de la igle-
sia por culpa de las raíces del vie-
jo olmo, que parecen querer lle-
gar hasta el altar. No os puedo de-
cir qué ocurrirá si lo consiguen,
ni si semejante cosa ocurrirá en
este siglo.
































Mirador de las Alvirillas

El mirador de las Alvirillas de Melegís en el Valle de Lecrín es un homenaje a los emigrantes y en él está un animal emigrado de las tierras del norte para venir al sur. El armiño es una escultura en bronce que mira hacia el Sur según indica la pagoda que actúa en el balcón- mirador a modo de brújula. El armiño pertenece a la familia de los mustélidos y es de regiones frías por lo que nunca podría encontrarse en el Valle de Lecrín como no sea en cautividad. Su hábitat son las regiones frías del norte de España, Centroeuropa y Rusia. De ningún modo son buenas mascotas porque suelen ser agresivos y peligrosos. La autora de la escultura del armiño es Elena Vicente y parece inspirarse en el cuadro de Leonardo da Vinci de "la dama del armiño". 





El mirador de las Alvirillas 
en Melegís me ha sorprendido gratamente por su decoración y su originalidad. Está hecho para ser mirado y admirado, y desde el contemplar las maravillas del Valle de Lecrín, alcanzando la vista hasta el pantano de Beznar y a otros bonitos pueblos como Restábal qué más tarde quise también visitar. Solo sé  que he de volver porque me ha encantado este bello pueblo. 
Su gastronomía es deliciosa y hoy pude disfrutar de migas con remojón de naranjas. 








































Restábal.

La localidad de Restábal se sitúa junto a la confluencia de los ríos Saleres y Dúrcal, al pie del cerro de los Canjorros, a 538 m. de altitud. Cuenta con 718 habitantes dedicados fundamentalmente a tareas agrícolas: cultivo de olivos, almendros y agrios. Dista 10 Km. de Dúrcal y 35 Km. de Granada.
Entre los paisajes más característicos en los que podemos recrearnos, destacamos la bella estampa del casco urbano desde el puente del río Torrente. El barranco de Alas que discurre al este de la población con zonas cavernosas excavada por las aguas en las calizas. El cerro de los Canjorros desde su cima se contempla una vista panorámica del Valle y al que se accede por el del Barranco de las Arenas. Las riberas del embalse de Béznar -zona del Cortijo de Budas- al que se accede desde la población después de 10 minutos de camino entre bancales de naranjos y olivos.


































Fin

Fotos de Meps (Maria Elia Pertiñez Soria). 

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